Pasar un tiempo entre fogones nos permitirá seleccionar el tipo y la calidad de los alimentos para adecuarlos a menús personalizados y más saludables.
Tener una alimentación saludable depende en gran parte de nuestra capacidad para destinar tiempo a la cocina. Porque cocinar significa invertir en salud. De hecho, numerosos estudios asocian la preparación de alimentos en el hogar con una dieta más saludable y una mayor ingesta de verduras y frutas.
La sustitución que se está produciendo de la comida “de toda la vida” por una más industrializada y repleta de precocinados nos aleja de la dieta mediterránea y nos conduce a la ingesta de dietas pobres en nutrientes y repletas de grasas saturadas. Las cifras, desde luego, no son nada halagüeñas. Las tasas de obesidad se han triplicado en el mundo desde 1975 y, en Europa, en 2016, más de 2 millones de muertes por enfermedades cardiovasculares se debieron a una mala alimentación.
Ante esta situación, es importante cambiar nuestras conductas alimentarias. Y una de las estrategias es la educación culinaria. A nivel mundial, existe incluso un concepto denominado medicina culinaria. El Colegio Americano de Medicina Preventiva (ACPM en sus siglas en inglés) define esta expresión como una práctica para “ayudar a los pacientes a utilizar la nutrición y los buenos hábitos culinarios para restablecer y mantener la salud”. Ciencia y nutrición unidos para ganar en salud.
Ventajas
Ser habilidoso en la cocina, por tanto, puede permitirnos diseñar menús saludables y plantear un modo de comer mucho más saludable. Aunque debemos acompañarlo de otras habilidades como conocer nuestras necesidades alimentarias, planificar la compra y diseñar menús equilibrados.
Así pues, cocinar nos permitirá:
- Seleccionar el tipo de alimentos que utilizaremos en nuestros platos.
- Escoger la calidad de los productos.
- Controlar las cantidades de sal y azúcar de nuestros platos.
- Utilizar aceite de oliva (virgen extra).
- Usar productos integrales (además del pan, arroz y pasta).
- Adaptar los platos a nuestras preferencias e, incluso, crear nuevas recetas.
- Controlar las raciones.
- Planificar los menús de la semana.
- Ahorrar, ya que podemos comprar más cantidad de producto.
Nuestro conocimiento gastronómico heredado (las recetas tradicionales de la familia y de nuestro lugar de procedencia) y electrodomésticos tan útiles como el congelador (nos permite almacenar platos) pueden facilitarnos mucho la tarea de cocinar. También, evitar estos errores tan comunes en materia de seguridad alimentaria:
- No descongeles los alimentos a temperatura ambiente.
- No vuelvas a descongelar un producto ya descongelado.
- No guardes los alimentos crudos y los cocinados juntos en el frigorífico (evitarás la contaminación cruzada).
- No dejes las preparaciones con huevos sin cuajar ni las carnes de pollo poco hechas y consúmelas inmediatamente.
- No sirvas la tortilla en el mismo plato con el que le has dado la vuelta para cocinarla. Tampoco vale poner ese plato bajo el grifo y secarlo.
- No prepares con mucha antelación mayonesa u otras preparaciones derivadas, como ensaladilla rusa. Tampoco guardes restos de este tipo de salsas o preparaciones.
- No cocines en etapas (hay recetas que necesitan reposar porque ganan sabor) sin tomar precauciones de refrigeración.
- No dejes que los alimentos se enfríen mucho tiempo antes de guardarlos en el refrigerador (tan solo un máximo de 2 horas, una si la temperatura ambiental es alta).
- No dejes alimentos ya preparados o sobras de un día para otro en el horno o en la encimera a temperatura ambiente.
- No lavarse las manos antes de empezar a manipular alimentos.
Recuerda que cocinar en casa nos aleja de los malos hábitos alimentarios y nos encamina hacia una vida saludable.