Sandía y melón, las frutas imprescindibles que no pueden faltar en verano

La principal característica que tienen ambas frutas en su alto contenido en agua, por lo que son perfectas para refrescarse y mantener una hidratación adecuada

El verano nos brinda la oportunidad de comer frutas que no tenemos en otra estación del año. Es el caso de la sandía y el melón, dos alimentos estrella de la época estival no solo por su rico sabor, sino por todos sus beneficios para la salud.

El melón, por ejemplo, además de usarse como fruta, también puede utilizarse como entrante o tentempié, mezclándolo con jamón serrano. En cuanto a la sandía, puede mezclarse con otros ingredientes para hacer zumo.

En este sentido, la principal característica que tienen ambas en su alto contenido en agua, por lo que son perfectas para refrescarse y mantener una hidratación adecuada. En concreto, el melón tiene un 92% de agua y la sandía un 95%. También aportan poca cantidad de azúcar, lo que significa que son dos frutas que tienen un bajo contenido energético.

Asimismo, tal y como señalan desde la Fundación Española de la Nutrición, la sandía, aunque no tiene ningún nutriente como ‘’fuente principal’’ o ‘’alto contenido’’, sí destaca su aporte de potasio y vitamina A. También contiene vitamina C y fibra, aunque esta última en muy pequeñas cantidades. Estas propiedades proporcionan una mejora del sistema inmunológico, la salud ósea y la salud cardiovascular.

Por su parte, el melón contiene diversos minerales y vitaminas. De hecho, 300 g de melón sin corteza, proporcionan el 75% de la ingesta diaria recomendada de vitamina C, que contribuye a la protección de las células frente al daño oxidativo. En cuanto a los minerales, destaca su contenido potasio, que contribuye al funcionamiento normal del sistema nervioso y de los músculos.

Para disfrutar plenamente de estas dos frutas, la Organización de Consumidores y Usuarios recomienda tener algunos aspectos en cuenta a la hora de elegirlas: tomarlas en su época (de mayo a septiembre-octubre); elegir las que están arriba del montón, ya que serán las que han sufrido menos golpes; no coger aquellas que tengan grietas; tener en cuenta el toque y la presión de ambas; y fijarse en el aroma que desprenden para ver si están maduras.

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