Disfagia, dificultad para tragar

Aprende algunas pautas para alimentar a una persona con dificultades para comer y beber.

La disfagia es la alteración o dificultad para tragar los alimentos, es decir, para hacer pasar de la boca al estómago cualquier sustancia sólida o líquida. Más que una enfermedad, se trata de un síntoma que suele aparecer en personas que han sufrido algún daño cerebral (como el ictus) y que afecta a más de 25% de las personas mayores de 70 años que viven en casa y hasta el 60% de los ancianos que están en residencias.

Tos  al  ingerir  o  tras la ingestión, ahogarse con alimentos o líquidos, dolor al tragar, la sensación de que la comida se quede pegada en la  garganta  o dificultad al respirar durante la alimentación, son algunos de  los  síntomas  que pueden presentarse si se padece disfagia.

Al verse alterada la habilidad de la deglución, los enfermos pierden la capacidad para alimentarse e hidratarse de manera óptima, pudiendo desarrollar problemas de desnutrición, deshidratación y complicaciones respiratorias.  En este sentido, es vital buscar la seguridad de la persona, minimizar los posibles riesgos y tratar que absorba la cantidad necesaria de líquidos (agua 2 litros/día) y de vitaminas y nutrientes.

Recomendaciones para alimentarse

La Guía de Nutrición para personas con disfagia, elaborada por el Centro de Referencia Estatal de Atención al Daño Cerebral y el Instituto de Mayores y Servicios Sociales, recoge algunas pautas para elaborar una dieta ajustada, variada y adaptada al paciente.

Carnes: se pueden comer todo tipo de carnes (ternera, cerdo, pollo, conejo…), siempre y cuando se preparen de manera que queden tiernas, jugosas y/o con salsas, como por ejemplo, carne picada, hamburguesas, albóndigas, salchichas, pastel de carne, etc. Evitar ponerlas en piezas enteras, es decir, en bistec, pechuga o muslo. Aconsejan consumir entre 3-4 raciones de 150 gramos a la semana.

Pescados: prepararlos sin espinas, preferiblemente cocidos y/o acompañados de salsas como la mayonesa. Mejor quitarles la piel y huir de los pescados demasiado secos. Sería idóneo comer 4-5 raciones de 150 gramos semanalmente.

Verduras y hortalizas: las verduras como la espinaca, la acelga, la coliflor, el brécol, la col de Bruselas o las setas son mejor hacerlas cocidas o en forma de cremas o purés. El tomate puede ingerirse en crudo (sin piel), triturado y tamizado. Y la patata, siempre mejor cocida y frita aplastada, nunca crujiente. No incluir en las cocciones maíz, guisantes, judías verdes, apio, puerro, espárrago o alcachofa, porque pueden interferir en la deglución. Habría que consumir 2 raciones de verduras al día, una en crudo.

Legumbres: es conveniente cocinarlas en cremas y purés. Ninguna legumbre se recomienda en su forma original. No obstante, puesto que son una fuente rica de hidratos de carbono, hierro, vitamina B1 y fibra, se aconseja consumirlas al menos 2 veces por semana.

Frutas: conviene comer las frutas no excesivamente maduras, es decir, que tengan una cierta consistencia o en almíbar (no en trocitos pequeños). Hay que evitar ingerir plátano, uvas, naranja, kiwi, fresas, manzana, pera, melón y frutos secos. Los nutricionistas sugieren 3 piezas de fruta a la semana (una cítrica).

Pan, pasta y cereales: es preferible comerlos en papilla o cremas. Pero, sobre todo, hay que vigilar con el pan tostado y de molde, los cereales de desayuno, la bollería, el arroz y la pasta (fideos, macarrones, espaguetis), ya que su tamaño puede representar un riesgo. Mientras que el pan podemos comerlo a diario, la pasta y el arroz recomiendan 1-2 raciones por semana.

Asimismo, existen tratamientos como la electroestimulación, que facilitan y mejoran el proceso de deglución. Se trata de un sistema no invasivo e indoloro, que se aplica en el rostro y que repara la función de tragar, gracias a la transmisión de pequeñas corrientes eléctricas  que  estimulan  los músculos de la boca y del esófago permitiendo el acto reflejo de tragar.  Además, esta tecnología   suele   complementarse  con   una  terapia  de rehabilitación  con  la que volver a educar los músculos.

Recuerda que para alimentarse y disfrutar de lo sabores, hay que intentar mantener un ambiente relajado, sin distracciones y sin prisas.

Consejos para cuidadores de un enfermo crónico

Aprender a gestionar el tiempo y las emociones es vital para que el cuidador haga su labor.

Cuidar a una persona dependiente significa ayudar y responder a sus necesidades básicas, apoyarle en su proceso vital e intentar mantener su bienestar con la mayor calidad y calidez posible. El cuidador principal (la mayoría de veces el hijo/a, el cónyuge, un familiar) es quien asume el compromiso de atender y supervisar todas las tareas que esto conlleva.

Ser cuidador implica responsabilizarse de todos los aspectos de la vida de la persona enferma, desde la higiene y la alimentación, hasta el vestir, la medicación y la seguridad. Asumiendo las funciones de enfermera, tutor y acompañante, el cuidador tiene que afrontar la pérdida progresiva de su propia autonomía, tratando de compaginar sus labores de atención con su propia vida.

De acuerdo con la Federación Iberoamericana de Asociaciones de Personas Adultas Mayores, en España existen más de tres millones de personas con alguna discapacidad o limitación y necesitan la ayuda de una persona para desarrollar las actividades rutinarias.

El extenso tiempo dedicado al otro, la sobrecarga de tareas y las expectativas poco realistas pueden, a la larga, acarrear problemas emocionales en el cuidador provocando lo que se conoce como el “síndrome del cuidador quemado” y que se traduce en aislamiento, apatía, tristeza e insomnio. Por todo ello, las instituciones insisten en la formación, la planificación y las ayudas existentes del cuidador para prevenir su soledad.

Recomendaciones para el cuidador

La primera sugerencia del Manual de Habilidades para Cuidadores Familiares de Personas Mayores Dependientes, elaborado por la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología es “cuídese…para poder cuidar”. He aquí algunos consejos útiles para los cuidadores:

  1. Dedícate un tiempo a ti mismo

Intenta encontrar momentos del día para dedicártelos a ti. Puedes aprovechar cuando descansa el enfermo para hacerlo tú también. Un simple paseo de 15 minutos te ayudará a mejorar el estado de ánimo. Haz algo que te guste sin remordimientos, así lograrás relajarte y actuar con paciencia ante situaciones que pueden desbordarte.

  1. Aliméntate de forma saludable

Mantén una alimentación equilibrada con verduras, legumbres, frutas y cereales integrales. Abandona los productos procesados, azucarados y la comida rápida, ya que apenas aportan nutrientes y resultan muy calóricos. Consumiendo alimentos frescos y tradicionales tendrás más energía física y mental y dormirás mejor.

  1. Comunícate

Intenta rodearte de amigos y familiares que te quieren para sentirte apoyado y arropado (si sales poco de casa, llámalos por teléfono). Hablar con alguien sobre lo que vives o sobre otros temas te ayudará a liberar estrés, distraerte y relajarte.

  1. Vive historias a través de libros o el cine

Meterse en una historia ficticia nueva hará que desconectes, vivas durante un rato otras aventuras y descubras escenarios diferentes. Con un buen libro o una película te entretendrás de manera íntima y, si encima es cómico, te beneficiarás de los efectos de la risa, reduciendo la presión sanguínea y favoreciendo el corazón.

  1. Despedirse con naturalidad

Hay que ir aceptando poco a poco que nuestro ser querido vive seguramente la etapa final de su vida, por eso debemos hablar con normalidad de la muerte. Decir todo lo que sentimos es mucho más sano que guardar nuestros pensamientos y arrepentirnos demasiado tarde.

Con todo esto, los servicios sociales públicos pueden ayudarnos a prevenir o aliviar la sobrecarga que conlleva la situación de los cuidados prolongados, a la vez que se cubren las necesidades de la persona dependiente, mejorando su calidad de vida.

"Puedes ser solamente una persona para el mundo, pero para alguna persona tú eres el mundo", Gabriel García Márquez.