La intolerancia a la fructosa es un trastorno por el cual la persona carece de la proteína necesaria para descomponer la fructosa
La fructosa es una molécula de monosacárido presente en una gran variedad de alimentos (fruta, miel, zumos procesados, alimentos procesados, batidos, tés refrigerados). Esta se absorbe en el intestino y pasa al hígado, donde se metaboliza a glucosa.
En este sentido, la intolerancia a la fructosa es un trastorno por el cual la persona carece de la proteína necesaria para descomponer la fructosa. Los síntomas que presenta una persona con intolerancia a la fructosa son: gases, hinchazón abdominal, diarrea y dolor abdominal crónico.
La aparición de los síntomas es variable y depende de lo que tarde en llegar el azúcar no absorbido al colon, pero puede ir desde los 30 minutos de la ingesta hasta las 3 o 4 horas más tarde.
Según la Asociación Española de Gastroenterología, existen dos tipos de intolerancia a la fructosa: primaria y secundaria. La primaria se produce por una disminución de la enzima transportadora, seguramente por causas genéticas; la segunda se debe a una enfermedad intestinal que daña la mucosa intestinal.
DIAGNÓSTICO Y TRATAMIENTO
La Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos detalla que las pruebas que confirman el diagnóstico de la intolerancia a la fructosa son: exámenes de glucemia, exámenes de coagulación sanguínea, estudios enzimáticos y pruebas genéticas, entre otras.
En cuanto al tratamiento, la Fundación Española del Aparato Digestivo detalla que la estrategia nutricional se basa en seguir una dieta libre o reducida de las fuentes de fructosa durante un periodo de 4-6 semanas. Después se puede valorar la reintroducción de la fructosa de forma lenta y gradual.
Además, la Fundación Española del Aparato Digestivo subraya que se pueden seguir unas recomendaciones dietéticas: consumir frutas menos maduras; revisar los ingredientes de los alimentos envasados; evitar guisos que contengan ajo, puerro y cebolla; y cocinar al vapor, a la plancha o al horno.